El Proyecto Roma es un proyecto moral al que nos dedicamos en cuerpo y alma convencidos, como estamos, de que un mundo mejor es posible.
Un mundo donde no haya a las injusticias, ni a la desigualdad o exclusión. Donde se respeten, y se cumplan, los Derechos Humanos y los Derechos de la Infancia. A pesar de que en las últimas décadas se ha acrecentado el machismo, el racismo, la xenofobia, en definitiva, manifestaciones de violencia y exclusión, nosotros vivimos aspirando en construir ese mundo mejor. Lo que es el mundo en la actualidad lo hemos hecho nosotros, los seres humanos, y lo mismo que hemos hecho un mundo donde reina la barbarie, podemos hacer un mundo donde se viva en el respeto al otro como legítimo otro en la convivencia. Es decir, en el amor, por eso en nuestro modelo educativo es de una importancia capital la valoración de las diferencias.
La diferencia es un valor y no una lacra. La diferencia de etnia, género, competencia cognitiva, religión, procedencia, etc., no sólo es respetable, sino que es algo que nos mejora, enriquece y, por tanto, es algo muy valioso. La diferencia mejora los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por ello, en la escuela los grupos de trabajo en clase para que puedan enriquecerse todas las personas que los componen, serán lo más heterogéneos posibles.
Podríamos sintetizar estos dos primeros principios con un tercero, diciendo que en el Proyecto Roma, como proyecto dinámico y en continuo cambio, tenemos la autocrítica como virtud, porque no es un sistema cerrado, sino que estamos en continua transformación desde la reflexión compartida de nuestra propia práctica. Por ello solemos decir que después de cada reunión somos diferentes y lo que hemos aprendido lo debemos poner en práctica en nuestras clases y en nuestros contextos familiares y sociales, de ahí que nuestras prácticas serán diferentes